"Hoy puede ser un gran día" de Joan Manuel Serrat, en versión de Familia Valera Miranda, álbum "Cuba le Canta a Serrat", 2005
La memoria es uno de esos fenómenos difusos, heterogéneos, que parecen difíciles de tocar pero sin embargo se sienten en la piel. Está dispersa entre miles y millones de seres individuales, cada cual con su propia estructura de imágenes del pasado, sus propios criterios para decidir lo que recuerda y lo que no.
En lo personal, por ejemplo, soy capaz de recordar personas, situaciones y cosas significativas que sucedieron muchos años atrás con lujo de detalles, pero al mismo tiempo soy de esos que van a un rincón de su casa a buscar algo y deben volver al lugar de origen pues olvidaron a qué iban. En otras personas es al revés, tienen excelente memoria de corto plazo pero no así para lo que ocurrió hace un año.
Sin embargo, hay momentos mágicos en que estas diferencias se disuelven, la atomización se acaba y emerge una Memoria que supera a cada una de las personas que la experimentan. Una Memoria que queda instalada como una suerte de espíritu con vida propia, más allá de cada memoria individual que sólo ve reflejada en sí misma retazos de esa memoria "más grande". Tal vez esto es lo que algunos han llamado memoria histórica o memoria colectiva.
Creo que algo como esto fue lo que sentí el pasado sábado 31 de marzo en la tarde, en el Acto "Con memoria y alegría, adelante por la vida", realizado en la esquina de El Vergel con Los Leones, donde antes estuvo el edificio de mi colegio, donde luego se cavó un profundo hoyo, y desde cuyas puertas hace 22 años fueron secuestrados José Manuel Parada y Manuel Guerrero, para ser luego asesinados junto con Santiago Nattino en Quilicura.
Es la Memoria que nos envuelve, que se hace Rito colectivo, que genera Hitos físicos, territoriales, que desborda la tragedia original para convertirse en señal de vida.
Yo creo que nadie supera jamás completamente el trauma de perder a su padre, hermano, hijo, esposo, amigo, compañero, de la forma en que los mataron a ellos. Yo al menos creo que no podría. Pero, sin embargo, también el dolor, la pena, la rabia, el horror parecen ser capaces con el tiempo de convertirse en tierra fértil para que nazcan de allí nuevas formas de vida, creación y alegría.
En los ochenta, seguíamos a los líderes secundarios que encabezaban la marcha de escolares a pie por Los Leones, doblando en Providencia hacia el centro hasta llegar al frontis de la Corte Suprema. Junto con la fuerza policial, emergían de pronto en alguna esquina camionetas sin patente, con civiles no identificados y armados, que nos apuntaban a nosotros, los pingüinos. En los noventa, a medida que la justicia se acercaba a pasos lentos y nos acostumbrábamos -unos más, otros menos- a la tímida democracia que nacía, el punto de encuentro era la Velatón del Latino, un ritual que se fue convirtiendo en punto de (re)encuentro comunitario. Esta vez, si bien lo que convoca siempre será un pasado doloroso, por primera vez sentí que el verdadero protagonista era el futuro.
Entre diversos artistas de gran nivel y diferentes estilos, entre stands temáticos de distintas organizaciones, entre los niños jugando al rededor del chancho de Roger Waters, volví después de mucho tiempo a subir a un escenario junto a otros apoderados y mi amigo Binfa, para acompañar al Coro de Niños del Colegio Latino Cordillera dirigido por el Tío Leo, quienes nos sumamos luego al final a Luis Lebert con su canción "Homenaje".
Luego, en la velatón y guitarra en mano, fuimos con el Vera y la Laura, el Binfa, el Alejandro Laura, la Daniela, la Mane, el Luis -y muchos y muchas más- a la puerta donde hace 22 años escuchamos los gritos, el balazo, el chirrido de los neumáticos del auto arrancando y el helicóptero arriba, para exorcisar el sitio con las canciones de Illapu ("Aunque los pasos toquen"), Víctor Jara ("El derecho de vivir en paz"), Inti-Illimani ("Vuelvo"), Congreso ("Hijo del sol luminoso"), Santiago del Nuevo Extremo ("A mi ciudad") y "El pueblo unido jamás será vencido".
Es cierto, son canciones escritas en el pasado, pero que no han perdido vigencia pensando en lo que viene por delante. Un chofer de micro anónimo paró y se sumó al carnaval con bocinazos, señal de que la Memoria grande de la que hablaba al principio estaba allí presente, abrazando a todo el mundo. Bienvenido futuro.
Salud por eso ! Salud por Guerrero, Parada y Nattino !
En lo personal, por ejemplo, soy capaz de recordar personas, situaciones y cosas significativas que sucedieron muchos años atrás con lujo de detalles, pero al mismo tiempo soy de esos que van a un rincón de su casa a buscar algo y deben volver al lugar de origen pues olvidaron a qué iban. En otras personas es al revés, tienen excelente memoria de corto plazo pero no así para lo que ocurrió hace un año.
Sin embargo, hay momentos mágicos en que estas diferencias se disuelven, la atomización se acaba y emerge una Memoria que supera a cada una de las personas que la experimentan. Una Memoria que queda instalada como una suerte de espíritu con vida propia, más allá de cada memoria individual que sólo ve reflejada en sí misma retazos de esa memoria "más grande". Tal vez esto es lo que algunos han llamado memoria histórica o memoria colectiva.
Creo que algo como esto fue lo que sentí el pasado sábado 31 de marzo en la tarde, en el Acto "Con memoria y alegría, adelante por la vida", realizado en la esquina de El Vergel con Los Leones, donde antes estuvo el edificio de mi colegio, donde luego se cavó un profundo hoyo, y desde cuyas puertas hace 22 años fueron secuestrados José Manuel Parada y Manuel Guerrero, para ser luego asesinados junto con Santiago Nattino en Quilicura.
Es la Memoria que nos envuelve, que se hace Rito colectivo, que genera Hitos físicos, territoriales, que desborda la tragedia original para convertirse en señal de vida.
Yo creo que nadie supera jamás completamente el trauma de perder a su padre, hermano, hijo, esposo, amigo, compañero, de la forma en que los mataron a ellos. Yo al menos creo que no podría. Pero, sin embargo, también el dolor, la pena, la rabia, el horror parecen ser capaces con el tiempo de convertirse en tierra fértil para que nazcan de allí nuevas formas de vida, creación y alegría.
En los ochenta, seguíamos a los líderes secundarios que encabezaban la marcha de escolares a pie por Los Leones, doblando en Providencia hacia el centro hasta llegar al frontis de la Corte Suprema. Junto con la fuerza policial, emergían de pronto en alguna esquina camionetas sin patente, con civiles no identificados y armados, que nos apuntaban a nosotros, los pingüinos. En los noventa, a medida que la justicia se acercaba a pasos lentos y nos acostumbrábamos -unos más, otros menos- a la tímida democracia que nacía, el punto de encuentro era la Velatón del Latino, un ritual que se fue convirtiendo en punto de (re)encuentro comunitario. Esta vez, si bien lo que convoca siempre será un pasado doloroso, por primera vez sentí que el verdadero protagonista era el futuro.
Entre diversos artistas de gran nivel y diferentes estilos, entre stands temáticos de distintas organizaciones, entre los niños jugando al rededor del chancho de Roger Waters, volví después de mucho tiempo a subir a un escenario junto a otros apoderados y mi amigo Binfa, para acompañar al Coro de Niños del Colegio Latino Cordillera dirigido por el Tío Leo, quienes nos sumamos luego al final a Luis Lebert con su canción "Homenaje".
Luego, en la velatón y guitarra en mano, fuimos con el Vera y la Laura, el Binfa, el Alejandro Laura, la Daniela, la Mane, el Luis -y muchos y muchas más- a la puerta donde hace 22 años escuchamos los gritos, el balazo, el chirrido de los neumáticos del auto arrancando y el helicóptero arriba, para exorcisar el sitio con las canciones de Illapu ("Aunque los pasos toquen"), Víctor Jara ("El derecho de vivir en paz"), Inti-Illimani ("Vuelvo"), Congreso ("Hijo del sol luminoso"), Santiago del Nuevo Extremo ("A mi ciudad") y "El pueblo unido jamás será vencido".
Es cierto, son canciones escritas en el pasado, pero que no han perdido vigencia pensando en lo que viene por delante. Un chofer de micro anónimo paró y se sumó al carnaval con bocinazos, señal de que la Memoria grande de la que hablaba al principio estaba allí presente, abrazando a todo el mundo. Bienvenido futuro.
Salud por eso ! Salud por Guerrero, Parada y Nattino !