De todo un poco... relatos, historias, artículos, opiniones, crónicas, análisis, visiones, enfoques, ideas para los amigos, Chile y el mundo.
lunes, 7 de agosto de 2006
El tiempo, el implacable, el que pasó
Hoy en la mañana, como de costumbre en estos días helados en que he optado por dejar la bicicleta en casa, iba yo en una micro por la calle Los Leones rumbo a mi trabajo. Al llegar a la esquina de El Vergel, fue éste el panorama que vi por la ventana del bus.
No lo pude evitar y me bajé a dejar registro fotográfico del suceso, con mi cámara bloggera.
Lo que está siendo demolido es la sede de mi ex-colegio, el Latinoamericano de Integración. Lo que está siendo construido, no lo sé. Probablemente un gran edificio de departamentos u oficinas.
No nos vamos a poner dramáticos ahora, esto ya lo sabíamos, a todos nos llega la hora... aunque igual es raro ver el lugar donde pasé 7 años de mi vida en ruinas.
Para que se hagan una idea de la vida vivida dentro de estos muros, allí hice a varios de mis mejores amigos, en esos patios aprendí a tocar guitarra, ahí practiqué la política, los primeros carretes, enamoramientos -frustrados y concretados-, inventamos con un lote la locura del Movimiento Telúrico Revolucionario (MTR), ahí a los y las profes les decíamos tíos y tías, ahí siendo niños estuvimos a unos pocos metros del terror.
Ahí cuando te echaban de la sala te ibas a la sala de coordinación con el Tío Hugo y descubrimos una manera de fugarnos de la sala del segundo piso a través de una ventana rota al fondo de la sala. Ahí algunos nos largábamos con largos y sesudos discursos sobre cualquier tema de actualidad, cantábamos en el coro del colegio y salíamos a acampar con el Tío Pablo y el club de excursionismo de naranjos y morados. El Peyuco tocaba la guitarra, la Tía Angélica daba las mejores clases de historia, mezclando análisis profundo y anécdotas sabrosas, el Abelardo enseñaba matemáticas luego de construir un reloj solar a pulso, el Loco Sanz dibujaba y daba indicaciones para hacer maquetas, el Pato Ríos, el Pablo Ortiz, el Carlos Reyes y el Morris (mi padre) eran un elenco de lujo para descubrir la magia de leer, imaginar y escribir y podríamos seguir...
De esa esquina salió el bus que nos llevó al viaje de estudios al norte del país y, algunos años antes, partimos hacia la Estación Mapocho, desde donde íbamos a salir de paseo en tren hacia Valparaíso, cuando los Cárdenas llegaron tarde y tuvieron que subir corriendo por la ventana al vagón en movimiento.
En esta casa unos días antes del plebiscito del '88 -cuando unos apostaban por Elecciones Libres y otros por el No Hasta Vencer en agitadas asambleas adolescentes- pasó una horda de partidarios del Sí lanzando piedrazos hacia adentro del colegio y otra vez, el mismo día del cumpleaños del Iván, tuvimos que desalojar el local por una amenaza de bomba, que resultó falsa.
Aquí hicimos guerras de bombas de agua y conocimos profesores y profesoras que fueron verdaderos personajes inolvidables. Y tanta otra cosa que no alcanza ahora a caber en este limitado espacio...
Pablo Milanés canta en clave nostálgica que "cada paso anterior deja una huella que, lejos de borrarse, se incorpora". Por otro lado, Charly García entona, con mirada rockera de futuro, "ya no quiero vivir así, repitiendo las agonías de mi pasado con los hermanos de mi niñez, (...) no es la misma canción de 2 x 3, las cosas ya no son como las ves".
Parece que al final la mejor síntesis es la que canta Jorge Drexler: "nada se pierde, todo se transforma".
Es la ley de la vida, nada más.