viernes, 23 de junio de 2006

Volver al colegio: el fin del conflicto estudiantil y los nuevos fantasmas de Chile

El martes de la semana pasada, los jóvenes secundarios chilenos volvieron a clases. En un acto de plena soberanía, en miles de liceos de todo el país los representantes de los alumnos hicieron entrega de las llaves de sus edificios escolares a sus profesores y directores.

Tras largos y agotadores días de protesta, los estudiantes pueden darse por satisfechos porque lograron lo que ningún otro movimiento social ciudadano había conseguido en todos estos años de democracia: incluir dentro de la agenda pública del país y del gobierno -y como una de las prioridades nacionales- un tema hasta antes ausente, el del derecho universal a una buena educación, sin discriminaciones ni desigualdades de ningún tipo.

Lo de "tema ausente" no es un mero decir, sino es cosa de revisar el Mensaje Presidencial al Congreso Pleno del 21 de Mayo pasado y constatarlo allí. O también el Programa de Gobierno de Michelle Bachelet, donde, si bien el tema de la educación en general tiene una presencia importante, las alusiones a la educación media o secundaria en particular son escasas.

Yo quiero aclarar que soy partidario de la Presidenta Bachelet (tal vez ni siquiera sea necesario decirlo, si ya han leído lo que escribí al fragor de la campaña presidencial en segunda vuelta). Creo que hay en ella un cercanía a los ciudadanos comunes y corrientes pocas veces vista en anteriores gobiernos. Y además -un tema nada menor- ha tenido gestos hacias las víctimas de violaciones a los derechos humanos que fueron anteriormente escasos. Pero así como destaco esto, también opino que los errores y falencias hay que reconocerlos. Hay que ver pues qué cosas puntuales se pueden aprender de este conflicto.

Un movimiento social de nuevo tipo

Primero, el movimiento de los estudiantes secundarios fue algo novedoso y original, algo no visto desde hace décadas. Yo entiendo que muchos, llevados por la emoción, hayan podido ver aquí elementos de continuidad con la lucha contra la dictadura de los
actores secundarios de los '80 -de algún modo, yo mismo incluido también, pero con matices-. Sin embargo, más allá de la evidente semejanza en cuanto a muchas de las demandas planteadas, e incluso en aspectos más "blandos" como la estética de las tomas, marchas y manifestaciones, son demasiadas las cosas inéditas que los jóvenes de hoy trajeron consigo, que me hacen pensar que, más que el ansiado retorno a algo que se quedó en el pasado y que en el presente sólo existe como documental, estamos ante el comienzo de algo nuevo:

- el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación (internet, blogs, fotologs, celulares),
- la organización interna de los estudiantes como una red horizontal de participantes voluntarios más que como una pirámide estructurada verticalmente,
- la manera en que los jóvenes toman sus decisiones internas (en asambleas masivas en vez de comisiones políticas o comités centrales integrados por elegidos),
- la forma de entender el rol de los líderes (como voceros que transmiten la opinión de la asamblea y pueden ser revocados por ésta en cualquier momento, en vez de los dirigentes que fijan pautas y marcan la línea a seguir por las masas),
- la autonomía de los partidos políticos en el origen, gestión y dirección del movimiento, y
- el excelente manejo comunicacional, especialmente frente al monstruo de la televisión, entre otros.

No es cosa de pensar entonces automáticamente que se viene en Chile una avalancha de protestas sociales de otros sectores. Por ejemplo, qué bien nos haría un movimiento para mejorar la calidad del sistema de salud chileno, especialmente público (y sé bien de qué hablo, por malas experiencias familiares al respecto...), pero no fue la sola existencia de la demanda y la sensibilidad ciudadana frente a un tema lo que le dio esa fuerza insospechada a la "revolución pingüina", sino ciertas características particulares del movimiento.


Errores en la gestión y el cierre del conflicto

Segundo, el gobierno no estaba preparado para enfrentar un movimiento de este tipo y de esta envergadura (a decir verdad, creo que casi nadie se lo imaginó de antemano). Esto queda patente, en primer lugar, por los problemas de "antena" con respecto a captar e interpretar correctamente las verdaderas motivaciones e inquietudes de los adolescentes chilenos al movilizarse, pero luego, por los problemas de actitud frente al movimiento, una vez que éste ya comenzó a crecer y extenderse por todo el país, en el sentido de no tomar debidamente en cuenta inicialmente a sus dirigentes y demandas e incluso mirarlos en menos de manera explícita o tácita. Punto aparte merecen los problemas de gestión del conflicto propiamente tal (pienso aquí en los cambios rápidos de posturas e interlocutores en poco tiempo frente a los estudiantes).


Hubo también, por ambos lados, dificultades para un adecuado "cierre del conflicto": los secundarios estiraron tal vez demasiado la cuerda movilizadora, con el costo de cansancio, desgaste y divisiones internas (pero bueno, a su favor, hay que decir que son muy jóvenes y en Chile había muy poca, por no decir nula, experiencia en este tipo de movilizaciones sociales), mientras que el gobierno entregó una respuesta a las demandas a través de la Presidenta de la República, pero dirigiéndose "al país" y no "a los estudiantes", que fueron quienes provocaron con su movimiento la respuesta gubernamental. Hubo aquí a mi juicio un problema de forma, pues todo conflicto sigue ciertos rituales implícitos, tanto para las etapas de antagonismo abierto como para las de negociación entre las partes, y requiere también de rituales de cierre o de "firma del armisticio", los cuales en este caso estuvieron ausentes ("esta propuesta la vamos a implementar les guste o no les guste", "es nuestra última palabra", etc...).

Más allá de que las demandas económicas de los estudiantes fueron acogidas en gran medida, y de que ya está instalado y en funcionamiento el Consejo Asesor Presidencial para la Educación con amplia representación de todos los sectores, incluidos los estudiantes, el problema de la "falta de ritual de cierre" del conflicto conlleva el riesgo implícito de que a futuro éste se vuelva a reabrir.

Los nuevos fantasmas de la sociedad chilena

Pero más allá de los aspectos puntuales del conflicto, sobre los cuales ya se han pronunciado numerosos opinólogos políticos, también podemos sacar ciertas conclusiones más de largo plazo sobre qué curso está siguiendo la sociedad chilena, si es que entendemos este movimiento como un síntoma de algo mayor.

A mi juicio, y parafraseando al viejo Carlitos Marx, dos fantasmas están rondando cada vez con mayor fuerza en estos últimos años por nuestro Chile, generando nuevas expectativas en la población. Se trata en todo caso de "fantasmas buenos", que no hacen daño y no debiesen provocar temor, pues sólo podrían ser pesadillas para grupos muy pequeños de privilegiados.

A. El fantasma de la horizontalidad:

Uno es el fantasma de la horizontalidad y el acceso fluido a los poderosos. Hace algunos meses sugerí que el principal cambio que representa Michelle Bachelet con respecto a Ricardo Lagos es de estilo y de estética: desde un hombre estadista, republicano, ilustrado y autoritario, hacia una mujer familiar, accesible, informal, que no se las sabe todas y que provoca un ánimo festivo espontáneo en las calles.

Pues bien, como muchas veces suele suceder, este cambio ya venía siendo anticipado desde hace algunos años en el ámbito de los medios de comunicación (pienso en los cambios en el prototipo de los lectores de noticias, periodistas y animadores, desde esquemas rígidos, acartonados, pauteados y distantes hacia programas sueltos, menos formateados, con más elementos emocionales y cercanos).

De alguna forma los pingüinos estuvieron en la cresta de esta ola social, al exigir de igual a igual, sin fijarse en protocolos ni en formalidades, primero, ser escuchados, luego, un diálogo directo con el Ministro, después, la intervención de la Presidenta de la República, y finalmente, la discusión de temas de fondo que afectan a a la educación chilena como la derogación de LOCE. Algunos los encontraron "patudos" o "subidos por el chorro" por esto, pero no se han dado cuenta que es la continuidad lógica de la propia expectativa social que la Presidenta Bachelet encarna.

B. El fantasma de la movilidad social:

- Y otro es el fantasma de la movilidad social. También hace algunos meses hablé sobre el fenómeno de la irrupción de personas de origen pobre en la esfera pública, ejemplificando con el cientista político Navia, el economista Contreras, la modelo Huilipán y el cantante Méndez. Se generó allí una interesante discusión acerca de cuán real es el fenómeno y cuán casuales y excepcionales -o no- eran los ejemplos que puse en esa columna. Es decir, si acaso esos son casos de movilidad social que ocurrieron "por" el modelo de sociedad imperante o en realidad fueron posibles "a pesar" de éste.

Como sea, el hecho de que emerjan en lugares destacados de la esfera pública nuevas caras y nuevos apellidos nada de vinagrosos, aunque sean pocos los casos, genera naturalmente una expectativa social en los grupos marginados y más vulnerables del país (¿por qué si ellos han podido surgir, nosotros no?). Y hay diferentes formas de canalizar esta pregunta.

Hasta ahora, lo predominante había sido la vía farandulera: niñas y niños pobres que buscaban surgir a través de un minuto de fama en un reality show, de un concurso de chicos con talento musical, llenando su cuerpo con silicona, jugando bien a la pelota o emparejándose con alguien que jugara bien a la pelota. Los pingüinos, en cierta medida, pueden ser vistos también como la cresta de esta ola social, pero en su versión no alienada ni estupidizante, y esto es pura ganancia para ellos y para el país.

Tengo la sensación de que frente a estos fenómenos sociales hay una actitud o una intuición de parte del gobierno, pero falta aún estructurar un discurso más comprehensivo. Algunos han hablado de que este gobierno se caracteriza por ofrecer una sumatoria de medidas concretas más que por entregar un "metarrelato" acerca de hacia dónde va Chile o hacia dónde se quisiera ir.

No sé si esto sea o no tan cierto, pero de serlo, a la luz de lo que he tratado de mostrar en este artículo, podría convertirse en un problema más adelante.