Hoy hace un calor infernal en Santiago. La temperatura esta semana ha oscilado entre los 34, 35 y hasta 36 grados celsius. Dan ganas de estar todo el día en la playa o la piscina. En cuanto a la política, también hay una sensación térmica de calor, en espera de conocerse los nombres de los integrantes del primer gabinete de la Presidenta Bachelet. Es un buen momento para refrescarnos con algunas reflexiones.
Por una ventaja superior a la esperada, la primera mujer Presidenta de Chile derrotó al candidato de la derecha. En una columna publicada en La Tercera, el economista Eduardo Engel planteó, en base a un análisis de los resultados a nivel de mesas, que "la mitad del incremento de votos de Bachelet entre la primera y segunda vuelta vino de votos de Hirsch, un cuarto de votos de Lavín y Piñera y el cuarto restante de quienes no votaron por ninguno de los candidatos en la primera vuelta". Agrega en su análisis que lo fundamental fue el voto de las mujeres y que los votos del Juntos Podemos no fueron determinantes, porque la ventaja de casi 500.000 votos sobre Piñera es más que los 370.000 votos que obtuvo Hirsch en primera vuelta.
Hay argumentos para todo, también uno podría retrucar que hubiera sido muy diferente como hecho político ganar por 1 punto de diferencia que por los 7 que finalmente se obtuvieron...
Pero la verdad es que esta discusión de expertos no me interesa tanto. Más me llama la atención lo que pasó ese día con la gente común y corriente. Para mi ojo sociológico, resulta más interesante tratar de comprender qué significado hay, no tras el triunfo de Michelle Bachelet en sí mismo, sino tras el verdadero carnaval de euforia popular espontánea que este triunfo gatilló.
En las calles de Santiago y de todo el país se vivió una fiesta multitudinaria. Intuía que algo así podía ocurrir, sobre todo después de asistir al acto de cierre de campaña de Michelle, donde me fue simplemente imposible acceder a la Alameda, por la cantidad de gente que había. Terminamos, con el grupo de compañeras de trabajo con las que andaba, sentándonos en una mesa en la vereda de un pub en la calle Lastarria, alegrando la tarde/noche con unas buenas cervezas y agitando a las masas que marchaban a nuestro rededor con canciones y gritos al por mayor.
El mismo día de la votación pasé la tarde en casa de unos familiares en la comuna de Macul. A las 18:30, cuando dieron el primer cómputo que ya confirmaba la ventaja irreversible de Bachelet, una ola de bocinazos espontáneos comenzó a inundar la calle, mientras la televisión informaba de miles de mujeres y hombres que comenzaban a tomarse la Alameda... como cuando ganó el No en octubre de 1988.
María Fernanda, que con sus ocho años ya comienza a expresar sus opiniones ciudadanas, me pidió una bandera para salir a celebrar con la gente. Y yo, el más bacheletista de todos, no tenía en ese momento el elemento que mi hija requería... salí pues a la sede del comando comunal que estaba a 2 cuadras y tras largas e infructuosas gestiones (porque me decían que ya no les quedaba nada de nada, pues la gente se había llevado todo), conseguí un colorido trozo de plástico con "Bachelet" estampado y un palo de escoba, con lo cual pude hacer realidad la ilusión de mi hijita.
En la noche nos fuimos en auto tocando la bocina, con nuestra bandera de confección artesanal agitada al viento por Marifer en el vidrio trasero, saludando a la multitud reunida en la Plaza Ñuñoa. Al día siguiente, al saludar a la gente de mi trabajo, pude notar una alegría especial en las mujeres.
Pero, las vueltas de la vida, el martes la alegría se convirtió en pena, al enterarme de la absurda partida de Malva Espinosa, colega socióloga y amiga de la Dirección del Trabajo, con quien colaboré en varios estudios sobre temas laborales y sindicales al salir de la Universidad. Esto me hizo pensar en otras mujeres que ya no están, como mis abuelas Olga y mi Nona Nena, a quienes también de algún modo pertenece este triunfo histórico de ver a una mujer encabezando el Estado.
¿Pero cómo se interpreta este triunfo? ¿Qué tendencias hay tras él?
Pensando al respecto, recordé una historia. En diciembre de 1992 yo estaba terminando mi primer año de universidad y en las elecciones para la FEUC (Federación de Estudiantes de la Universidad Católica) ganó en segunda vuelta, por primera vez en la historia, una lista encabezada por el militante socialista Fulvio Rossi (sí, el mismo que actualmente la prensa de espectáculos llama "el metrosexual de la Cámara de Diputados"). La lista de izquierda derrotó a la lista del gremialismo UDI y a la de la Democracia Cristiana.
Esto para la UC era un verdadero golpe histórico simbólico, puesto que desde los tiempos de la Reforma Universitaria a fines de los '60 nunca los estudiantes habían estado encabezados por un grupo de izquierda (bastante heterogéneo internamente, hay que decirlo, pero esa es otra historia).
La cosa es que la celebración fue en la Casa Central. Y yo, con esas ganas de pasar "momentos lindos", propias de todo joven universitario de primer año, partí con un grupo de amigos. La escena en el patio principal de la sede central de la universidad era bastante surrealista.
No sé cuántos seríamos... 500, tal vez 1.000... en un rincón del patio, un grupo de gente cantando a todo chancho canciones de Quilapayún, Inti-Illimani, Santiago del Nuevo Extremo, avivados por garrafas generosas que corrían de mano en mano... en otra esquina, banderas rojas, la mayoría de la Juventud Socialista, pero también alguna hoz y martillo por ahí... en otro lado, jóvenes más rockeros... y más allá, en las bancas del patio, estudiantes declarándose su amor... tambièn había otros individuos solitarios (uno que otro amigo) dormitando, claramente con la caña.
En una especie de mini-escenario improvisado, los miembros de la nueva directiva toman la palabra y agradecen a las masas estudiantiles su apoyo... por los parlantes suena el Venceremos, Un Amor Violento (de Los Tres), El Pueblo Unido y algo de Los Prisioneros... en el aire se siente el olor particular que arroja cierto tipo de hierba al quemarse...
En este panorama, de pronto un locutor anónimo anuncia que está por venir a saludar a la nueva directiva electa de la FEUC el pre-candidato presidencial de la Concertación, Ricardo Lagos. Ese año estaba compitiendo internamente con Eduardo Frei Ruiz-Tagle (quien finalmente fue el nominado) y se consideraba que los resultados de la Católica (un socialista derrotando a la DC y a la derecha) eran una señal favorable para esa coyuntura.
Repentinamente, el "Woodstock pontificio" que estaba teniendo lugar en la oscuridad se vio interrumpido por focos y cámaras de televisión a cargo de registrar este importante saludo.
Lo que nadie previó fue lo que sucedió luego.
Igual como lo hacen las luciérnagas en la noche, cientos de contertulios rodearon a Lagos, atraídos tal vez por la luz de los focos. Algún militante socialista comienza a gritar "Se siente, se siente, Lagos Presidente", pero otro alguien en medio de la multitud grita al mismo tiempo "Manteo a Lagos !". Las masas entendieron el mensaje y, tras seguir durante un rato muy corto el primer llamado, se vuelcan decididamente y con total entusiasmo a la segunda invitación. Unos toman las piernas de Ricardo, otros sus brazos. El pre-candidato se ve sobrepasado. Lo cierto es que todos se vieron sobrepasados. Pero nadie quiere hacerle daño, sólo dar rienda suelta a un impulso lúdico... y le empiezan (bueno, le empezamos...) a hacer un manteo !
"Uno", "dos", "tres", "cuatro", "cinco"... y así hasta llegar al "diez".
Luego, Ricardo Lagos se retiró en silencio, entre pasmado y sorpendido por la experiencia inédita e imprevista que acababa de vivir, y la fiesta en Casa Central continuó hasta el amanecer. Pero nada de esto apareció en la prensa. Sospecho que ningún asesor comunicacional de ese momento pensó que esto podía tener provecho electoral... o tal vez eran tiempos en que la gente quería un presidente fome y serio como Frei. O puede ser que el propio Lagos no quiso que esto trascendiera, pues su imaginario siempre ha sido el del Presidente emblema republicano, Hombre de Estado. Quien sabe...
Lo que me hizo pensar esta historia es que éste es justamente el verdadero cambio.
Vamos, no es que a Michelle uno vaya con un grupo de amigos a darle un manteo a La Moneda, pero perfectamente me la imaginaría contenta haciendo un trencito... y no sería nada grave. La condición de ser como cualquiera, el no sabérselas todas, una cierta dosis (aunque cada vez menor, lo que también es lógico) de informalidad... ese es el verdadero cambio, en cuanto a estilos, en cuanto a estética, que son aspectos no menores de la política moderna.
Por supuesto, sobre contenidos aún falta algún tiempo. Habrá que ver al nuevo gobierno en acción para poder dar una opinión más fundada, pero opino que no hay que mirar en menos lo que el espíritu festivo de la gente nos puede indicar.