-"Bueno sí, efectivamente yo canto... ¿por qué?, ¿de qué se trata?", fue mi respuesta casi instantánea a la misteriosa voz que tenía al otro lado de la línea telefónica.
-"Lo que pasa es que todos los años en vísperas de navidad, en la compañía hay un coro de un Área que se reúne a cantar villancicos para todos los funcionarios. Este año queremos reforzar el coro con gente nueva de otras Áreas y hemos pensado en tí".
Terminada esta frase, hasta el momento la más larga de todo este inesperado diálogo, en cosa de segundos dos imágenes pasaron como relámpagos por mi mente. La primera, de septiembre de 1982. Un grupo de nuevos amigos y amigas chilenas, todos vecinos del barrio de Chorrillos, Viña del Mar, donde vivían mis abuelos nos dejan por debajo de la puerta de la casa una especie de invitación con un dibujo de un niño y una niña sonrientes, entrando a un templo religioso, y con un texto que decía "Pablo y Eli van a misa, los esperamos".
La segunda imagen es de fines de enero de 1993. Al terminar los Trabajos de Verano organizados ese año por la FEUC en la novena región, una compañera de mi comunidad con la que habíamos hecho buenas migas ("la Coco") me regala un cassette de música, en cuyo interior escrito a mano se leía el siguiente mensaje: "Pablo, se nota que el flaquito late en tí".
Probablemente esto no sea nada espectacular, si no es por que yo no soy católico y porque nunca tuve ni he tenido formación religiosa alguna, hasta el punto que -aunque muchos amigos míos se ríen o no les cabe en la cabeza- nunca en la vida he leído la Biblia. Entonces, ante tamañas invitaciones a abrir mi corazón al Señor, no es que me produjeran rechazo, sino que me ocurría algo más básico: no entendía ni jota de lo que me estaban hablando...
Esperé un segundo y le respondí a mi interlocutora:
-"Sí, por supuesto, no hay problema... sólo que espero que sean canciones que me sepa".
-"No te preocupes, tendremos una carpeta con las letras de las canciones impresas, muchas gracias, te pasaste. Te aviso cuando sean los ensayos", me respondió y con eso cerramos la conversación.
Y así vinieron varios días de ensayos y luego, el 22 de diciembre, la gran actuación gran, ante las máximas autoridades y todos los funcionarios -de planta y subcontratistas, ahora que está de moda- de mi pega, todos disfrutando y coreando al unísono las alabanzas al niño que nació en Belén, los recuerdos de los pastorcillos que querían ver a su Rey, historias extrañas como la de los peces en el río que bebían por ver a Dios nacido y otros versos relacionados.
Sí, me sentí un poco raro entonando estas canciones. Recordaba que siempre de niño me gustó la navidad y sus canciones, sólo que en Alemania el himno principal decía algo tan neutro como "Oh Tannenbaum, Oh Tannenbaum, wie grün sind deine blätter" (traducción literal, algo así como: "Oh Pino, Oh Pino, qué verdes son tus hojas"). Pero también me sentí algo reconfortado por poder participar, considerando además que -paradojas de la vida- hubo varios católicos que recibieron la misma llamada pero se excusaron de participar, mientras yo - el ateo oculto- accedía a colaborar.
Así comenzó mi navidad, con algo que para el 80% o quizás el 90% de los chilenos no tiene nada del otro mundo, pero que para mi fue una verdadera experiencia novedosa y revolucionaria en mi vida.
Un amigo me preguntaba cómo se iba a vincular el final de esta historia con la coyuntura política actual. Lamento desilusionarlo: no se relaciona de ningún modo... o tal vez sí. Pensándolo bien, siento que en la idea de país de Michelle Bachelet hay cabida para cosas raras, ideas alejadas del sentido común, enfoques poco convencionales como la de esta historia. En cambio, Sebastián Piñera y la derecha tal vez se reirían con esta historia o no la entenderían, porque en su visión de mundo las cosas sólo pueden ser en blanco y negro. Pero pensándolo bien de nuevo, tal vez esto sea estirar demasiado el chicle, no sé...
¿Alguno de ustedes ha tenido navidades diferentes o extrañas?