martes, 19 de diciembre de 2006

Un hoyo en Los Leones

¿Alguien alguna vez se preguntó qué había debajo del Latino, nuestro colegio? No creo.

Es una pregunta rara y bastante raro sería también que alguien en algún momento se la hubiera hecho. Y no es que me quede pegado. De hecho no pensaba volver al tema. Sólo me lo he planteado ahora, porque mi buen amigo Iván -compañero de curso de la generación del 4ºA 1991- desde Estados Unidos me pidió que le mandara fotos del estado actual de nuestro ex-colegio.

Sea que mi amigo anda nostálgico por la distancia, que tiene alguna tendencia cuasi-masoquista (después de leer hace algunos meses acerca de la demolición del colegio quiere seguir restregando la herida), que sólo tiene la natural curiosidad de todo periodista, o bien que sólo lo hizo por joder (cosa para nada improbable), el asunto es que para algo están los amigos ¿no?, así es que partí hace algunas semanas a registrar -a pedido- el estado de avance de las obras.

Lo primero que llama la atención es el frontis. Allí sólo queda un muro semidestruido en tonos naranjos y azules, detrás del cual ya no hay nada.

El Alejandro -otro gran amigo del curso- me comentó hace algunas semanas que la Laura había rescatado algunos trozos de este muro como recuerdo para la historia, cual alemán que guardó para la posteridad un trozo del Muro de Berlín en proceso de demolición.

La cosa es que donde antes había dos casas, dos patios pequeños y una minicancha, ahora sólo hay un profundo y gran hoyo. Allí se pondrán los cimientos de la nueva obra en construcción, sea cual sea que vaya a ser ésta.

A las casas y edificios del vecindario este cambio no parece afectarles en nada. De hecho siguen allí donde mismo. El colegio raro del lado (mirándolo ahora a la distancia, en realidad no era "raro", sólo era diferente del nuestro) no ha sido demolido y tampoco se vé que lo esté siendo el edificio que estaba detrás de la cancha, donde antes del edificio hubo también una casa, a la que íbamos a pedir la pelota a la vecina cuando se nos caía por encima de la pandereta.

Volviendo la mirada al gran hoyo, en él ya no hay ninguna señal que permita reconocer hitos o distinciones espaciales. En ese hoyo ya no hay historia. En ese hoyo no hay nada.

O hay algo por construir.

Al alzar la vista, aún permanecen algunas señas y claves que recuerdan lo que alguna vez hubo. Miren con detención la pintura combativa en la muralla tras la malla verde de la empresa constructora. ¿Los personajes allí retratados eran en verdad los obreros de la nueva patria socialista por construir o serían tan sólo una premonición de los obreros que cavaron este hoyo y que pronto comenzarán a levantar allí el nuevo edificio? Quien sabe...

Lo que sí sé es que -por hacerle este favor a mi buen amigo- me he percatado por casualidad de que este año se cumplen 15 desde que salimos del colegio. Yo creo que nadie es el mismo ni la misma. Solíamos -hasta hace algún tiempo- juntarnos cada 2 ó 3 años para ponernos al día con las vidas y copuchas de cada cual. Esta vez nada.

Así que, como recuerdo, dejo aquí estas fotos del pasado. A fin de cuentas, dentro de ese lugar donde hoy hay un hoyo, más que edificios había personas, hombres y mujeres o niños y niñas.

¿Nos reconoces?



lunes, 11 de diciembre de 2006

"Señor Pinochet..."

"Señor Pinochet..."

Escudriñando en mis recuerdos infantiles, es posible que así comenzara una carta que en la segunda mitad de los años '70 le enviara al dictador una amiga nuestra y vecina de Potsdam. Tendría ella unos 6 años más o menos y le escribía desde el exilio una carta personal al general pidiéndole que liberara a su padre de la cárcel. Se llamaba Tania y era hija de Exequiel Ponce, dirigente en la clandestinidad del Partido Socialista en Chile. Creo recordar dibujos en que ella ponía la cara de su padre tras unos barrotes de una prisión. Los niños alemanes, que algo de memoria histórica llevaban incorporada por relatos e historias familiares (sólo habían pasado algo más de tres décadas del holocausto nazi) le decían -con cruel franqueza- que probablemente su padre ya estaba muerto, pero ella se aferraba a la esperanza de tenerlo preso pero vivo, de modo que pudiera leer sus cartas.

El general nunca se dignó a darle una explicación. Como tampoco se la daría a mi primo Mario por su padre Mario Morris, a Daniela por su padre Sergio Peña, a Javiera por su padre José Manuel Parada, a Paula por su hermano Carlos Godoy, a Manuel por su padre Manuel Guerrero, a Daniela por su padre Freddy Taberna, a Alan por su padre Alan Bruce, a Eduardo por su padre Eduardo Canteros, a María Paz por su padre Marcelo Concha. Como nunca se la dio a ninguno de los familiares de los miles de asesinados y detenidos desaparecidos. Como tampoco se la dio a todos los y las decenas de miles de torturados y torturadas. Como tampoco se la dio a las y los cientos de miles de compatriotas exiliados. Como no se la dio a mi familia, que como tantas otras en Chile, tiene el triste record de haber experimentado en carne propia todas estas atrocidades. ¿Delito? Querer y exigir una sociedad más igualitaria, más justa, más democrática, y comprometerse activamente en pro de estos ideales.

Y cuando pudo dar explicaciones optó por la ironía y el tono burlón del genocida. "Pero qué economía más grande..." diría a principios de los noventa cuando se iniciaron las exhumaciones de cadáveres en el Patio 29 del Cementerio General, fosa en que se enterró clandestinamente a cientos de víctimas de la represión militar y se descubrió que en algunos nichos habían sido lanzados dos cuerpos. Y no hubo aplicación de la justicia para el dictador.

En suma, Pinochet de algún modo representa y sintetiza en su figura pública varias de las peores características de esta particular especie que somos los chilenos. Traidor, cínico, cruel, arribista, cobarde... sobre todo cobarde. Y esto, disponiendo de todo el poder absoluto del Estado sin contrapesos llevó a la tragedia que conocemos y cuyas heridas aún llevamos en el cuerpo y en el espíritu.

Ahora que por fin se fue de este mundo, su familia pide humanidad, pide gestos de grandeza, pide paz. Y claro, seguro que sus hijos y nietos ven en él al padre de familia y al abuelo al que guardan afecto. Una de las grandes lecciones de la película "La Caída" ("Der Untergang") es que incluso la mayor de las bestias -como el caso de Hitler- puede ser al mismo tiempo un hombre completamente normal en su vida íntima. Eso es precisamente lo que hace más patente el carácter de ogro de estos personajes nefastos. Tipos que pueden jugar con sus nietos el domingo por la tarde y que al lunes siguiente estarán dando órdenes para torturar y asesinar a sus opositores.

Lo que yo espero es que haya alguna vez algo similar a la justicia para tantas víctimas de tanto sufrimiento a manos del dictador. Que los cómplices y colaboradores de la dictadura no se escuden en la muerte del anciano general para expiar sus propias culpas. Que nunca más en Chile haya un Pinochet. Que generemos mecanismos para erradicar los Pinochets que a veces laten de modo difuso en nuestra sociedad y que afloran con la intolerancia, el arribismo, el racismo, la xenofobia y el autoritarismo. Y que de una vez por todas la memoria histórica quede reestablecida y se llame a las cosas por su nombre: al pan, pan, al vino, vino, y al dictador, dictador.