Pareciera ser que Gaia, aquel sistema vivo u organismo complejo del que me habló hace algunos años atrás un profesor de ciencia política, conformado por la biosfera, atmósfera, océanos y tierra, y que se autorregula para mantener un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta, se ha vuelto a manifestar de modo implacable, esta vez emergiendo desde el fondo de las aguas del fiordo de Aysén.
Los analistas se preguntan: ¿Pudo hacerse algo para prevenir la tragedia que enlutó a las familias de la zona? ¿Fueron suficientes los esfuerzos y las medidas preventivas tomadas por el gobierno? ¿Sirve de algo la reacción destemplada del alcalde de Puerto Aysén? ¿Aporta algo a la solución del problema el anuncio oportunista de apoyo y visita a la zona por parte de Sebastián Piñera? ¿Es Chile un país centralista que sólo mira hacia Santiago y no toma en cuenta, en cambio, los problemas y necesidades de las regiones?
Mientras estas preguntas siguen rondando por los distintos medios, a mí en realidad lo que me impacta es la historia de los abuelos que murieron con su nieto de 2 años, arrastrados por la ola gigante, o aquella de los trabajadores de la industria del salmón a quienes sorprendió la catástrofe en plena mar y vieron perderse a uno de los suyos.
Vaya entonces, en este momento duro, un sentido saludo y fuerte abrazo solidario para los habitantes de esas bellas tierras, que tuve el placer de conocer por primera vez por motivos laborales hace exactamente un mes, el 22 de marzo de este año.