lunes, 29 de marzo de 2010

Lo que aprendí en marzo de 1985

Fue hace ya 25 años que supe lo que era sentir miedo.

A principios de ese marzo fue el miedo a la naturaleza, cuando sentimos crujir la tierra en la casa de mis abuelos en Viña del Mar y vimos abrirse de par en par el muro del comedor abrazados con mi hermana, mientras mi abuela nos consolaba diciendo que al menos moriríamos los tres juntos. Luego las réplicas, dormir con los vecinos de la cuadra en unos sillones sacados a la calle, y esperar un día completo para tener comunicación con mis padres que habían vuelto a Santiago el día anterior con mi hermana menor.

De niño me habían hablado de la cordillera de los Andes, del oceano pacífico, del desierto y de los bosques y lagos australes, pero vivir ese terremoto fue el verdadero aterrizaje en la geografía de mi país luego del exilio.

Pero si creía que esto sería todo lo que me deparaba ese comienzo de año, estaba muy equivocado.

A fines de ese marzo, recién cambiados de casa a Santiago, conocería otro miedo aún mayor: el miedo a los seres humanos. Cuando escuché los balazos, los gritos, el ruido del neumático del auto arrancando a toda velocidad y las aspas del helicóptero sobre mi colegio, supe que la naturaleza podía ser violenta, pero sólo el ser humano, cuando ve en otro a un enemigo que hay que aniquilar para defender sus propios intereses, es capaz de la mayor crueldad imaginable.

De niño también me habían hablado de la represión militar, de los tanques en las calles, de personas hechas desaparecer, de torturadores infames, de compatriotas que fueron asesinados/as sólo por el pecado de luchar por una sociedad con más igualdad y justicia social. Pero vivirlo a sólo unos metros de distancia de mi sala de sexto básico fue el verdadero aterrizaje en la más cruda realidad de la dictadura chilena.

25 años después la historia se repite. Pero esta vez, el tiempo transcurrido no fue en vano. Hoy sé lo que es la valentía. La de intentar mantener la calma durante el nuevo terremoto. Y la de recordar con una vela en la mano a Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino. Porque la madre tierra seguirá crujiendo hasta la eternidad. Pero la mano humana no debe Nunca Más ser usada para tanta barbaridad contra otros cuerpos humanos.