viernes, 13 de julio de 2007

Nieve

Vengo llegando hace algunos días del sur de Chile. Vengo de la Patagonia, allí donde, en vez de cordillera que divida países del este y el oeste, se traza un límite sutil entre los del sur y del norte (norte que comienza en Puerto Montt). Vengo llegando del frío austral, que me ha sorprendido desparramándose por toda la geografía del país.

La ola polar se vino a la capital, pero sólo allá en Coyhaique y Puerto Aysén ví la Nieve caer. Así me la volví a encontrar -de esta manera- después de 25 años.


Y fue como si la novela de
Orhan Pamuk que leí este verano hubiera sido premonitoria:

"Con la mirada clavada en el cielo, que se veía cada vez más luminoso que la tierra según caía la noche, no consideraba los copos cada vez más grandes que esparcía el viento como signos de un desastre que se aproximaba sino como señales de que por fin habían regresado la felicidad y la pureza de sus días de infancia".

Luego, pude sentir el mismo hielo en los pies, que ya estaba escrito:

"En cuanto se bajó del autobús y sus pies se posaron en la blanda tierra un intenso frío le subió por la pernera de los pantalones".

Y transportado imaginariamente a la novela, me quedé pensando en las raras vueltas de la izquierda huérfana, reflejados en Muhtar, ex-marxista reconvertido en candidato islamista a alcalde del pueblo de Kars:

"Pasaron los años, hubo golpes militares, todo el mundo fue a la cárcel y salió de ella, y yo, como todos los demás, anduve de acá para allá como idiotizado. La gente que había sido mi ejemplo había cambiado, aquellos a los que quería gustar habían desaparecido, no se había hecho realidad nada de lo que pretendía en la vida ni en la poesía".

O en la tentación del chauvinismo -como medio de fortalecer la "identidad nacional" y protegerla de enemigos externos e internos-, tan bien expresado en las palabras del actor, director y caudillo teatral nacionalista Sunay:

"Hace falta un ejército laico para que todos los que están un poco occidentalizados, especialmente esos intelectuales con la nariz alta que desprecian al pueblo, puedan respirar con tranquilidad. En caso contrario los islamistas los harían pedazos con cuchillos mellados, a ellos y a sus maquilladas mujeres. Pero los muy sabihondos, creyéndose muy europeos, miran presumidos por encima del hombro a los militares, que son quienes en realidad les protegen".

O bien, en el reclamo -en pro de defender su propia forma de vida- de parte de Azul, el lider radical islamista:

"¡No lograreis hacerme beber vino! (...). Yo ni seré europeo ni les imitaré. Viviré mi propia historia y seré yo mismo. Creo firmemente que uno puede ser feliz sin imitar a los europeos, sin ser su esclavo (...). Yo, como individuo, me opongo a Occidente, no les imitaré precisamente porque soy un individuo".

Y entonces miré la nieve cayendo sobre mí después de tanto tiempo sin sentirla, y me quedé masticando el enigmático mensaje final:

"Según Ka, todo el mundo tenía detrás de su vida un mapa y un copo de nieve parecidos y cualquiera, examinando su propia estrella, podría comprobar lo distinta, extraña e incomprensible que en realidad es la misma gente que de lejos resulta tan parecida".

Definitivamente las buenas novelas se descubren cuando, por su propia fuerza, sus letras son capaces de liberarse de las hojas de papel en que están encerradas y salen a volar a la vida real, en el momento más inesperado.